26 de abril de 2021

Una bomba de hidrógeno en el fanguito.

Por allá por los 80s teniendo yo 13 años más o menos, mi papá tenia un Jeep Toyota del 54 pero no podíamos permitirnos la gasolina. Daban muy poco en bonos (Gasolina por la libreta si hubo) y por la libre estaba a 2 pesos (legal, en aquel tiempo aun se podía comprar en las gasolineras) Pero con un salario de 148 pesos mensuales y tres hijos no era que se pudiera pasear mucho.
Por aquel tiempo ya me estaban baneando de las escuelas y tanto dieron hasta que me metieron en una escuela taller de niños diferenciados porque en realidad, yo rejodía mucho y no podía estar sentado en ningún aula oyendo cosas las cuales ya conocía mejor que el profesor, porque en mi avidez de lectura ya me había leído los libros varias veces desde las primeras semanas de curso hasta los libros de mis hermanos mayores, es decir, cuando empecé 7º ya me estaba leyendo todo de 8º y 9º al mismo tiempo.
Esto molestaba mucho a los profesores, porque yo no quería escribir, no quería atender pero después sacaba 100 en las pruebas. Ellos muy emperrados, me llevaban a la cátedra a hacer la prueba solo, a gritos, porque pensaban que yo hacía fraude y se frustraban y molestaban más cuando en 15 minutos yo les devolvía la prueba correcta, sin fallos siquiera de ortografía y le decía que me dieran las otras baterías (Otras versiones) de las pruebas para no aburrirme. Algunos me desaprobaban por soberbia y tenía que ir mi papá a pedir la prueba, entonces la revisaban y me ponían 100 puntos a regañadientes.
Pues bien, entre que me sacaban de las clases y yo no tenía nada que hacer, la mayoría de las veces me quedaba en la calle para no decirle a mis padres que me habían expulsado, descubrí un tesoro gigante que es la parte principal de este cuento.
Eran unos libros rusos, impecablemente traducidos de ciencias y se llamaban física recreativa. Yo creo que estaban hechos como entretenimiento para niños pero para mí, fue un tesoro gigante con el que llenar mi sed de saber. Eran tomos y tomos y todos los que pude encontrar en los basureros los leía y releía. Me encantaba ese mundo de la física. Si no hubiera sido tan básico de odiar las matemáticas por no entenderlas, quizás me hubiera gustado ser físico.
Bueno para acortar. Armado de mucha física rusa, construí un generador de hidrógeno. Es simple, agua, sal, varias cuchillas astra negras, un cepillo de dientes y una caja plástica que puede ser de una batería de carro vieja y una pila de esas cuadradas de 9 Volts.
Mi idea era adaptar el Toyota de mi papá a hidrógeno, es decir que su combustible fuera agua por siempre y poder pasear lo que nos diera la gana. Recuerdo el viaje más largo que hicimos como una epopeya, fue hasta el Mariel, que supongo que eso no es tan lejos del Vedado, donde vivíamos.
Feliz, fui a enseñarle mi invento a mi profesor de física. Quien era un sujeto muy amable y buena gente, aunque alcohólico perdido y famoso por soplar las pruebas, creo que era por eso que lo querían tanto. 
Cuando le conté, ni siquiera le mostré mi invento, me bajó a la dirección y en un teléfono de esos negros de disco llamó a la policía. Como mi secundaria era el Fanguito, (Vicente Ponce) La policía siempre estaba cerca y presta porque se sabe que ahí llovían los cortados y los bengalazos. No tardaron ni 5 minutos en llegar, meterme en la patrulla y llevarme para la estación de policía de Zapata y C. El profesor había dicho que tenía un alumno que fabricó una bomba que podía volar la escuela entera y que yo era un "niño con problemas"
El golpe para mi fue tan malo, que ni siquiera me molesté, todo el tiempo me quedé preguntándome que era lo que pasaba, no entendía nada.
A las varias horas, mi papa pudo ir a buscarme a Zapata y C y me dejaron salir si entregaba los "planos" y el dispositivo. Como mi papá tenía el jeep, regresó y trajo toda la parafernalia a la estación de policía, estos vieron cuchillas de afeitar, cables y pilas y al no entender nada, pensaron que había sido un error y me dejaron ir.
Yo pensaba que mi papa me iba a dar tremenda golpiza por eso. Si, la lista de objetos con los que me pegaban era interminable. Cintos, cables, chancletas, palos de escoba. No había semana que no me sacaran sangre. Parece que en mi caso era "La letra con sangre se saca" porque lo que mas jodía era mi manía de querer saberlo todo y no esperarme para investigarlo de la manera que fuera. Pero no, mi papá me llevó a la librería ateneo que estaba en la calle linea, en un sótano y aun recuerdo la euforia cuando entraba a esa librería, el olor de los libros. Las dos mujeres que trabajaban ahí eran un mar de dulzura. La librería el Ateneo era como un pedacito de otro universo, lindo, limpio, con gente linda. 
Mi papá me dijo que cogiera todos los libros que me diera la gana que me los regalaría aunque no comiéramos ese mes. Todo de Emilio Salgari, todo de Mark Twain, todo de Julio Verne. Por dios como recuerdo ese día. Se lo que es la sensación de ser rico o ganarse la lotería por ese día. Eran tantos libros que apenas podía y si, casi costaron el salario completo. Cuando salí, la única condición era que no hiciera más inventos. Que leyera ficción y de paso me botaron todos los libros de física recreativa que yo había colectado de las basuras y bueno. Ahí murió mi motor de hidrógeno alimentado por agua descompuesta por electrólisis.
Siempre me quejé de este paso que truncó mis inventos, aunque en el fondo, si es verdad que si el hidrógeno se acumula se convierte en una bomba peor que la dinamita, pero mi idea era del tanque de agua directo a la descomposición y luego al carburador. Yo no iba a almacenar hidrógeno pero esos detalles ya a nadie le interesa.
Décadas después, cuando me fui de Cuba y tuve acceso a internet, lo primero que hice fue buscar si a alguien más se le había ocurrido que usar combustible derivado de petróleo es una estupidez porque nuestros motores con agua funcionarían perfecto y sí, se le ocurrió a Stanley Meyer aquí en USA. Pero lo mataron para que no divulgara su invento. Crearon una supuesta reunion de negocios en un restaurant para ofrecerle por la patente de su invento, que era el mismo mío y al mismo tiempo que las autoridades saqueaban su casa como hicieron con Tesla, Stanley no quiso patentar ni vender diciendo (Oh locura de los científicos) que el mundo no debería estar sujeto a la esclavitud del petróleo y que su invento sería abierto para uso y desarrollo mundial. Veinte minutos después salía corriendo del restaurant gritando que lo habían envenenado y murió sin siquiera llegar a cruzar la calle, así que pensándolo bien todo aquel episodio represivo hacia mí, en realidad me salvó la vida. Pero eso me dejó decepcionado. Este planeta no está listo para la evolución y nunca lo ha estado. Los mayores aportadores a la evolución han sido quemados en la hoguera Hypatia la filosofa matemática, Giordano Bruno, se han quemado bibliotecas enteras. El conocimiento en la tierra siempre ha estado frágil ante los intereses de quienes necesitan una raza humana sumisa y limitada a consumir y devastar el planeta.
Por eso, estoy comprando tiempo, quitándome deudas y pagos, reduciéndome. Por eso me voy a comprar mi torno, mi fresadora, mis plantas de soldar. Porque voy a recuperar eso lindo que me forzaron a perder a golpes de pequeño. Lo del hidrógeno parece que ya se está haciendo, caramba 40 años más tarde, como se muestra en este video. Nadie menciona a Stanley Meyer ni saben quien es. Pero en mi cabeza hay más cosas, cosas para el espacio, cosas para la evolución, y si me van a envenenar algún día, usen helado de guayaba.

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