Un día de paz, un día sin
aventuras. Josef quería darse ese lujo. Había escuchado en las tertulias de
contén que cada persona del
barrio tenía sueños. Uno quería unos tenis NIKE que él ni sabía que era eso.
Zapatos, eran zapatos, todos tenían suela y cubrían el pie, pero esta persona
decía que tenían que ser de una marca, otro quería una cadena de oro ¿Para que
servía eso? En su mente analógica pensó que tanto luchar para quitarse cadenas
y algunas personas querían ponérselas. Otros soñaban con irse de Cuba y poder vivir normalmente como
cualquier otra persona del
mundo, de su trabajo, esto sí llamó la atención de Josef. Tampoco sabía lo que
era esto. ¿Resulta que en algunos lugares uno iba a trabajar de lunes a viernes
y con eso cubría sus gastos vitales? ¿Como podría ser posible? No le pasaba por
la cabeza, ¿Sin policías decomisándote las herramientas? ¿Sin tener que meterse
en lugares de manera ilegal? ¿Sin tener que robar cosas de empresas del estado para
sobrevivir? No le cabía en la cabeza. Incluso habiendo sobrevivido de sus
habilidades como
pescador, chapista o mecánico, siempre tuvo que ser ilegal todo. Siempre
mirando por encima del hombro los vecinos frustrados que eran miserables y
desnutridos, pero aún así le llamaban a las autoridades, siempre esperando
algún policía corrupto buscando su mordida, que a veces tuvo que pagar sin
remedio y tragar la bola de espinas de la soberbia y los instintos criminales.
Por unos breves momentos voló su
mente a otro país, seguro hablarían un idioma distinto y a él que ni le gustaba
ni podía hablar, eso sería un problema, pero quizás a cambio de vivir en paz
estaba bien. Aunque un susto terrorífico le vino a la mente. ¿Y si todo era
monótono por el resto de sus días? ¿Y si no podía ir a respirar el mar cuando
quisiera?
- Josef ¿y a ti que te gustaría
tener?...
¿Y si tenía que dejar de soñar
porque ya todo estaba resuelto? Le era difícil imaginarse como
esas familias estables, muy escasas en Cuba , que tenían hijos, carro y
perros. Conocía un médico que era así, le vendía pescado regularmente. El
médico era una entrañable y cariñosa persona que a veces se portaba con Josef como un padre y esto a el
no le gustaba mucho. Una vez, ya de noche lo invitó a comer a su casa y fue tan
insistente que Josef accedió. En una larga mesa de una de esas casas lujosas de
Miramar se
sentaron varios familiares. Una señora mayor, tres niños de diferentes edades y
el médico y su esposa. Cuando Josef vio copas y varios cubiertos comenzó a
sentirse como
si se ahogara, dijo que se sentía mal y que tenía que irse. Nunca sabe por qué,
pero hasta el sol de hoy, sentarse en una mesa a comer con más personas lo
agobia enfermizamente y por más que trate, siempre termina sufriendo una
ansiedad descontrolada en la que se la pasa mirando las ventanas y las puertas como vía de escape
urgente.
- ¿Josef? ¿Y a tí que te....?
A veces agradecía a las personas
que fueran frías con él. No le gustaba que lo cuidaran o se preocuparan mucho.
Agradecía en silencio que sus padres ni se preocuparan mucho aun cuando él se
desaparecía a veces por semanas en sus campañas aventurezcas en selvas a muchas
horas de camino de casa. Ni siquiera consideraba la casa, su casa. Dormía más
feliz en el frío muro de la costa de la calle 12, poco después del teatro Karl Mark y
el ruido de las olas de los yakis que eran un somnífero encantador. Dormía a
veces sobre la tierra, dentro de barcos destartalados. Se escondía y camuflaba como una especie
defensiva y confiada a la vez. No había nada que robarle, no hay nada por lo
que no hubiera pasado ya.
- ¿Josef? ¿A ti...?
Sin embargo, no podía imaginarse
sin vivir el lujo de ver el amanecer, no tenía explicación ni creía en nada
pero cada día daba gracias. El olor de lluvia, no importaba si estaba entripado
en agua, el olor de la hierba, de la tierra. No podía imaginarse sin nada de
eso. Es como si
hubiera vivido una eternidad sin estos privilegios y ahora fueran vitales.
Podía estar horas mirando y contando olas, cada una distinta, cada una vista
por una sola vez para siempre como
una huella digital marina, una sola entre millones de años.
- ¡Josef COJONES!!!
Subirse a una mata a comerse un
mango, ¡que premio! Mirar desde la mata como
pasaban las personas por debajo como
hormiguitas en formación. Nunca supo por qué las personas cuando caminan no
miran arriba. El siempre estaba mirando a todos lados, arriba y abajo, en su
eterna exploración había descubierto tantas cosas. Cuando hablaba con alguien
no dejaba de mirar en derredor, la gente se molestaba, pero el podía oír y
seguir grabando con su memoria, su escasa y quemada memoria que aun no sabía lo
que le esperaba, no sabe por qué la gente al hablar necesitaba que los miraran,
en unos segundos ya el reconocía el rostro. ¿Por qué no usar ese penoso momento
de estar oyendo algo que no le interesaba, para seguir explorando aunque fuera
un lugar conocido? ¿Por qué la gente quería ser observada mientras hablaba?
Nunca entendió la gente, ni el planeta, ni nada.
- ¡Josef asereeee!!! ¿Que cojones
quisieras tener? ¡Estamos hablando de eso!
- Un día de paz...
Los aseres quedaron
desencantados. desperdiciar un sueño era como
tener la llave de un cofre y tirarla al mar sin haberlo abierto. Ya que en la
vida real nadie tenía ningún sueño cumplido, ¿Cómo desperdiciar tenerlo en la ilusión
colectiva? Lo miraron como si hubiera sido
irrespetuoso, pero Josef siguió sin contacto visual alguno como si hablara a seres transparentes.
- Un día de paz... un día sin
tener miedo, sin pensar que me van a meter preso...
- ¡¡O sin morirte!! - Espetó uno
de la audiencia con más gesticulación que palabras.
- ¡Na! Morirme me da igual, lo
que me aterra es volver.
De mala gana se disolvió el grupo
casi culpando a Josef de haber roto la nube de ilusiones colectiva con su
laconismo maleducado y fuera de entorno. Pero en su mente, seguía sobre esa
mata de mangos, era una mata de mangos bonitos, amarillos y redondos. Era de un
patio de su casa imaginaria, por lo que no tenía que estar asustado de perros
ni de dueños. Estaba en paz y no quería bajar de ahí. No había sido maleducado,
solo que en su ilusión estaba solo, sin cargas ni tensiones, solo debería
comerse unos mangos e irse a una costa imaginaria también, infinita y
solitaria. A lo lejos habría centellas pero no habría frío. Las olas eran acompasadas
y la arena tibia, no impecable. Con caracoles y piedras que explorar sus
fórmulas geométricas mágicas, con maderos secos a cada rato, esculpidos por las
olas en sus días malos. Con ese olor de algas descompuestas en oleadas de un
viento suave y cálido también.
- ¡ Ya sé que quiero!! - Dijo de
manera explosiva, pero estaba solo en el contén, ya había anochecido y todos se
habían largado a sufrir por sus ilusiones. Josef se incorporó y decidió irse a
la cama, a ver si tenía suerte y esa ilusión que había tenido le venía en
sueños. Revisó su cartera y tenía 15 dólares estrujados que habían visto
mejores días. - ¡No voy a hacer ni cojones mañana! ¡NADA! ¡Mañana voy a tener
un día de paz!- Se juró a sí mismo como
si en ello le fuera la vida. - ¡Un puto día de paz!
A lo lejos oyó la voz de su madre
despertándolo. Pensó que era el otro día ya y no sabía por qué absurda razón lo
despertaban, pero por las persianas no entraba luz. Deseó por todos los medios
que lo estuvieran despertando dentro de un sueño para caminar por su mar
figurado, pero el vapor de las cazuelas de agua que la madre ponía a hervir
cada noche para tomar agua al otro día y su olor a magnesia y calcio, le
arrancó la ilusión como la página de un almanaque. Se incorporó de un tirón
pero trató de controlar su voz. Siempre respetaba a su madre por encima de todo
y además no le gustaba tensarla, ya bastante tenía con lidiar con las cosas
diarias. Ella si que nunca había tenido un día de paz.
Al mirar su reloj CASIO, vio que
no era poco más de la medianoche. Se lamentó de haber ido a dormir a su cama. Como siempre, hubiera
estado mejor en algún bote o en la costa de la puntilla. En su aturdimiento aun
no sabia que pasaba pero la madre le susurró bajito que lo buscaba un tipo sin
nombre que le decían el Animalayo. Le decían así porque una vez, usando una
herramienta le había caído una limalla de metal en un ojo y el fue gritando
hasta el hospital que le había caído una animalaya, así que se le quedó el
nombre, nunca se supo su nombre real.
El Animalayo era un hombre con
una cara horrible de criminal, tenía el pelo castaño y largo por los hombros y
una nariz de garfio, era el representante de la fisonomía de un pirata
sanguinario y siempre andaba sin camisa. Los policías le temían y no se metían
con él. Pasó muchos años en prisión, nunca nadie preguntó, pero se veían esos
tatuajes irreconocibles hechos con cordón de zapatos y tinta china, no
obstante, el Animalayo era una buena persona. Albañil, siempre estaba
trabajando y su sueño era poder comprar un cuarto en un solar, para poder traer
a sus hijos de Camaguey
a vivir con él. Siempre estaba trabajando y no bebía, apenas comía, no paraba
en su meta. Se llevaba bien con Josef como
todos, estaba loco como todos y era un salvaje
noble como la
mayoría.
- ¿Pingaeh Animalayo pa que me
despiertas a estas horas!
El Animalayo también tenía los
ojos muy redondos y prominentes como el Igor de
la película del
joven Frankestein. Quien no lo conociera se asustaba de verlo, una mole de
músculos con su cara de loco y nariz de garfio. También era difícil entenderlo,
porque era tan efusivo y desesperado hablando, que generalmente balbuceaba o
ladraba como si
estuviera insultado. Por muy amable que fuera, siempre parecía insultado.
- ¡¡Josef!! ¡¡Coge tus caretas y
tus tanques que encontré un tesoro!! ¡¡VAMOS!!!
Josef frunció el ceño con
desconfianza, trató de oler a ver si era alcohol, siempre había escuchado que
quienes no bebían nunca, cuando lo hacían se ponían peor que todos, pero no
detectó nada. El Animalayo lo sacudía por el hombro como si hubiera visto un diablo y aunque
Josef en su abstracción comunicativa de oído selectivo ya no oía nada, le
seguía impresionando a cámara lenta la efusividad y los ojos queriéndose salir
de las órbitas del Animalayo.
- ¡A la mierda el día de paz!...-
pensó - Y este día empezó temprano - se dijo muy bajo mirando el reloj que parecía
detenido en poco después de la medianoche. A lo lejos se oían los televisores
de algunos vecinos en el mismo canal viendo algo que se llamaba Prismas y
ponían a la medianoche una música tétrica acompañada de algún cortometraje
interesante. Su madre seguía en la cocina, así que agarró un equipo de buceo y
las llaves del
carro, el Animalayo al fin se calmó un poco de su efusividad incómoda y tenía
una sonrisa de placer.
- ¿Sabes cual es mi sueño Josef?
Encontrar un tesoro. Con un tesoro me compro un cuarto y puedo traer a mis
hijos conmigo, mi niña ya tiene 6 y el varón 11 quiero enseñarlos a trabajar y
ser buenos, no quiero que hagan lo que yo hice... - Hizo una pausa pero Josef
no preguntó, normalmente la gente preguntaba, pero Josef solo lo miró de reojo
y frió un huevo de mala gana. Le había arruinado su día de paz. Para un día que
tenía una ocurrencia no peligrosa, para un día que decidió lo que nunca había
tenido, pero estaba a su alcance y ni habían avanzado 3 minutos de ese nuevo
día y ya estaba metido en una aventura en rumbo desconocido y sin explicación
más que la ausencia de cordura de cualquiera a la que él estaba condenado a
unirse sin protestar. Haber pedido un día de paz era como haberle dicho al universo lo contrario,
pero tampoco podía resistirse. Su Huckleberry Finn interno no le permitía
abstraerse de ninguna posible aventura y más si estaba involucrado buceo,
tesoro! ¡Maldito Samuel Langhorne Clemments!
El Animalayo le indicó doblar por
línea, dirección este, en la calle 12 hacer una izquierda y parar en la esquina
en un edificio en construcción que llevaba pendiente de ser terminado por más
de diez años y abandonado. Unos guardias de seguridad vestidos de pantalón
marrón y camisa mas clara abrieron unos portones y el Animalayo indicó que
debía entrar a esa obra. Josef dudó y de paso maldijo, porque rayos cualquier
persona a cualquier hora podría arrastrarlo a alguna cosa descabellada,
surrealista e impredecible, porque era tan débil o por qué lo deseaba tanto.
Miró por el retrovisor a los
guardias cerrando el portón con candado y no imaginaba porqué se habían
detenido ahí. Pensaba que quizás el Animalayo habría ido a comprarle la merienda
a los guardias que la vendían a 20 pesos, o a comprar gasolina para el viaje,
pero nada cuadraba. Este estaba tan excitado que daba brincos cual niño
llegando a una tienda de juguetes, decía los nombres de sus hijos una y otra
vez y si no fuera por el laconismo de Josef ya aquello hubiera acabado mal.
Nada encajaba.
- Es aquí! - Dijo el Animalayo en
una sonrisa de oreja a oreja. Se bajó del
carro como un resorte y fue por la puerta del conductor lleno de alegría
- ¡Bájate Josef! Es aquíiiii !!!
Josef bajó sin decir palabra, no
se movió hasta que no regresaron los guardias del portón. Ambos eran de raza taína, altos
y delgados. Parecían muchachos recién emigrados del
oriente de Cuba ,
pero con sus ropas impecables y una educación no acostumbrada por los locales.
Le dieron la mano a Josef sin
mucho protocolo y le señalaron sin hablar, un agujero redondo en la piedra
caliza amarillenta de una excavación, al parecer por la obra del edificio, que
parecía una especie de cráter gastado de la luna. Por el ancho, probablemente
cabría un carro si se cayese por ahí de nariz. Josef miró al Animalayo sin
expresión en la cara y este a lo lejos gritaba - ¡Un tesoro Josef! ¡Un tesoro!!
Josef miró a los muchachos
guardias e iba a comenzar un pensamiento del
tipo, o me cuentan esto desde el principio o me voy pal... Pero los guardias se
adelantaron y comenzaron la explicación.
- Él trabaja aquí... - Dijo
señalando al Animalayo que hacía un baile tribal, a saber de que planeta,
alrededor del agujero - Esta obra lleva parada
como 10 años
porque piensan que el edificio se va a hundir, después que descubrieron ese
hueco y dicen que es el techo de una caverna...
La palabra caverna, despertó a
los demás Josef interiores que comenzaron una conversación inesperada
- Ves porque te digo que hay que
venir a las aventuras sin preguntar tanto, estos son los momentos por lo que
vale la pena.
- Bueno, no siempre sale bien,
según mis cálculos, mas del
70% acabamos heridos, presos, a punto de ahogarnos, disparados etc etc etc
- ¡No sea zoquete! Un momento de
aventura vale por todos los pesares!!
Josef no sabia a quien de las
voces darle la razón. En los milisegundos que eso sucedió, ya el Animalayo le
estaba sacando los equipos del carro como un ayudante serio y profesional, se
dispuso a ayudar a Josef a ponerse el traje isotérmico, pero Josef le pidió que
se sentara tranquilo y lo dejara concentrarse.
En pocos segundos los guardias
habían traído varias lámparas múltiples de esas de la construcción y alumbraban
el boquete que en serio era algo completamente anormal.
Una fina llovizna adormecía la
noche con sus gotas a través de los focos amarillentos y potentes que
iluminaban el extraño agujero. En menos de 20 minutos ya Josef parecía un
explorador marciano, con sus tubos y su traje de neopreno. Unas cuerdas
embarradas de cemento seco le sirvieron para descender hasta lo que el pensó
que era un charco de agua común y corriente pero al esta dentro y encender su
linterna de 8 pilas descubrió que en realidad se encontraba en un universo fluvial,
ya que el agua era dulce e impecable. Trató de no moverse mucho pues tenía
experiencia en cuevas, cuando uno levanta el sedimento, se queda con visión
cero, pero hasta lo largo que alcanzaba el rayo de luz de su linterna se veía
que había mucha más distancia para explorar.
Enseguida, una de las voces
interiores comenzó a repasar medidas de seguridad, por suerte, no tomó el mando
la voz aventurera e irresponsable. Parece que todos sus seres interiores sabían
lo que hacían, si no, no hubiera llegado a contarlo.
Tenía un carrete de nylon de
pesca de dos milímetros de grosor y le dijo al Animalayo que le amarrara una
punta en uno de los grupos de cabillas de la obra incompleta. Abrió su tanque y
se dispuso a explorar aquella inusual piscina, tenía hermosas paredes y techos
de proyecciones cársicas cristalinas, como
diamantes. Josef pudo comprobar que en efecto, era un gigantesco salón
probablemente de 50 metros de diámetro por unos 4 metros de altura que
transcurrían por debajo de la base donde se estaba construyendo el edificio.
Pero al acercarse a las paredes de este salón notó que cerraban con columnas de
prehistóricas estalactitas gigantes y entre ellas se podían ver salones
contiguos, probablemente más grandes aún. Entre las rendijas de las estalactitas
metió su linterna y a la primera ojeada, se dio cuenta que en dirección norte
iba profundizando, como al contrario, en dirección sur llevaba hasta una
especie de bóveda, campana donde se podía respirar una burbuja de aire que
probablemente estuviera atrapada ahí por millones de años. Josef no notó ningún
ser vivo en el interior de esa cueva ni nada de salinidad, por lo que es
probable que estuviera por encima del
mar y no comunicada con este. Las luces daban un espectáculo interesante entre
el amarillo de la caliza, el verde del musgo y los
cristales colgando. De pronto se dio cuenta que se le había acabado el carrete
de nylon y estrictamente se prohibió a sí mismo seguir un metro más sin cuerda
guía. El sabía que, en menos de un segundo podría desprenderse alguna placa del techo con las mismas
burbujas de su tanque y se quedaría ciego si hubiese un levante de sedimento o
podía perder el rumbo si alguna corriente lo sacaba de su camino así que
decidió regresar.
En el boquete, el Animalayo y los
dos guardias estaban muertos de curiosidad. Entre los tres, ayudaron a Josef a
salir del
cráter y no hablaban esperando por lo que Josef les pudiera contar. El
animalayo no cesaba de dar pequeños brincos pero también mantenía el silencio
denso, unido al silencio total de la ciudad sin combustibles. La noche lluviosa
y rojiza, dejaba de vez en cuando que unas centellas iluminaran el paisaje
lunar. Josef, sin decir palabra, metió todos los equipos en su carro, se secó como pudo y se puso su
ropa de vuelta. Se sentaron en una especie de oficina abierta en la
construcción y seguían todos en silencio.
Josef decidió romper el sonido de
los grillos. Le quitó un cigarro al Animalayo y lo encendió a lo Humprey
Bogart. Tenía frío y pensó que esto lo ayudaría en algo, cuando en realidad
empeoró todo con el sabor horrible, no obstante siguió adelante entre calada y
calada soltaba algunas frases.
- Este edificio no se lo ha
tragado la tierra porque dios es grande...
Los guardias abrieron los ojos y
se pararon fuera del
techo, no les importaba mojarse, si que les cayera una obra a medio hacer en la
cabeza.
- ¿Que más viste? ¿Cuán profundo
es? - El Animalayo estaba serio y fascinado a la vez.
- Debajo del edificio hay una
salón abobedado, pero alrededor hay mas y más salones así. Solo llegué hasta
donde se me acabó el nylon y ese carrete tiene unos 200 metros creo.
- Ñó pinga Josef, y que más!
- Si crees que había una tesoro,
no lo hay. Es solo una burbuja fluvial paleolítica típica del oeste de Cuba.
- ¡Como que no? ¿Cuanta agua había
ahí Josef?
- No lo se, bastante, ni a jodía
llegué a verlo todo, me hace falta más aire, más cuerda y más luces. Voy a
buscar todo eso y mañana le caemos.
El Animalayo tenía cierto brillo
en los ojos, por el contrario, a Josef se le habían caído las alas del corazón. Hubiese
preferido que fuera cualquier charco pluvial pequeño, pero había descubierto
una obra de arte prehistórica en medio de una ciudad donde esas cosas no
importan porque la gente está centrada en la supervivencia.
Se fue a su casa y no tuvo el día
de paz. Ni siquiera pudo dormir. Al otro día intentaría ir a la academia de
ciencias a ver si recababa algún apoyo para la investigación de ese tesoro
geográfico, pero perdió su día. Todo estaba paralizado en Cuba , las cosas
vitales no sucedían, menos iban a suceder las pasionales. Al volver a su casa
el Animalayo lo estaba esperando. Josef al verlo desde lejos estaba preparando
una excusa. No quería investigar más ni ser cómplice de la destrucción
inminente que le vendría a ese tesoro natural. Aun recordaba, en playa Girón,
cuando por casualidad había descubierto una corriente subterránea de la cual
emergían unos Artrópodos que ya se creían extintos en Cuba , llamados
cacerolas o Horse Shoe Crab en inglés él (Limulus polyphemus). Su alegría
al encontrar esos especimenes que la gente confundía con crustáceos marinos
duró poco cuando los locales, en menos de tres segundos ya los habían metido a
hervir en cazuelas y se los estaban comiendo pensando que eran un tipo de
cangrejo.
El Animalayo se veía feliz y le
entregó un sobre a Josef con euforia. Josef preguntó y este estaba que
reventaba por contarle.
- ¡El tesoro Josef! ¡El tesoro
que descubrimos!
- ¿Que tesoro?
- ¡El agua asere, en la Habana no hay agua!
Josef quedó más anonadado aun,
hizo el gesto de no entender, pero el Animalayo ya tenía eso previsto.
- ¡El agua! Desde aquel día las
pipas (Camiones cisternas) no dejan de sacar agua de ahí. Nos pagan a 100 pesos
cada pipa entre tu, yo y los dos guardias de la obra vacía, aquí te puse 1500
pesos y vendrá más y el agua ni baja asere!! ¡Esa agua es infinita!!
- ¡¡PERO!! - Josef se estaba
escandalizando por lo que parecía una gran locura- ¿Qué hacen con esa agua
Animalayo? ¿La gente se está tomado eso? ¿Y Si esta contaminada? - El animalayo
ya había pensado en eso, y en tener una respuesta lista para Josef.
- ¡Asere! ¡Que contaminación de
que pinga! Si el agua que te sale de la pila está inundada de aguas negras del
basurero de Cayo Cruz que se filtró a la cuenta hidráulica del acueducto y por
eso todo el mundo tiene dengue y cólera y el diablo y la capa. ¡Estamos mil
veces más seguros que el agua de ese pozo es más limpia que la que te sale del la pila!!
Eso pudiera tener lógica, pensó
Josef. La gente que bebía de los pozos por lo general era agua más saludable
que la del
acueducto. No conocía nadie que bebiera
agua de la pila que no estuviera inundado en parásitos, recordó que su mamá
cada noche hervía sendas cazuelas de agua para tener para tomar al día
siguiente. Eso si, quedó anonadado de la explicación que le dio el Animalayo,
jamás pensó que pudiera articular una idea así tan seriamente, además de
asombrarse por su creatividad empresarial.
- ¡Coge el dinero Josef! que niño
que no llora, no mama!
- ¡Asere!..
- ¡Que coja el dinero cojone! Ya tu
parte está hecha. Ni pases por ahí, porque cuando se den cuenta de donde los
piperos están sacando el agua limpia va a pasar algo malo, tu sabes que aquí
con cada buen paso, viene una mala consecuencia.
La frase se le grabó a Josef como un tatuaje en la
memoria " tu sabes que aquí con cada buen paso, viene una mala
consecuencia" Tenía que irse en algún momento. No es posible vivir en un
sitio donde cada buen paso sea penado, sea blanco de represalias. Ese sitio no
era normal, pero dejaría la angustia de planificar su emigración para más
tarde. Contó el dinero, esos 1500 pesos le vinieron de maravilla, por lo
pronto, cada noche veía una fila de pipas desfilando y extrayendo agua de la
esquina de 12 y línea. Decidió irse al Río Canímar en Matanzas a vivir unos días aislado en la
selva, necesitaba conectarse a tierra, descargar las tensiones, las paranoias y
las tristezas.
Al volver a los diez días mas o
menos, el Animalayo le contó que los habían descubierto, los habían metido
presos una semana y habían vertido mas de 200 hormigoneras de cemento en ese
sitio hasta que consiguieron hacer firme debajo del edificio y reiniciar su
construcción, trató de darle a Josef más dinero pero no lo aceptó, prefirió que
lo usara en su propósito de traer a sus hijos. Josef con un poco de comida
estaba bien y techo no necesitaba. Era feliz y rico, aunque angustiado por la
persecución constante de toda forma de subsistencia, Josef se sentía afortunado
de tener sus necesidades cubiertas, y si no, Ahí estaban sus equipos de buceo y
su training. Nada iba a detenerlo de resolver su simple y básico problema.
Sentía lástima por el amor que el Animalayo tenía por sus hijos y su meta única
y final de tenerlos consigo. Se sintió mejor ayudando a esa causa que a la suya
propia. Por lo pronto, el breve
oasis de agua que hubo en el Vedado en unos días terminó y los vecinos
empezaron a matarse de nuevo por seguir explotando motores eléctricos de agua
que les llamaban ladrones y succionaban hasta la última gota de la contaminada
y escasa agua que venía del acueducto de la ciudad seca y enferma.