No podía ser de otra manera, a dos metros del mar no jugábamos pelota. Nuestro deporte era el Wind Surf. Viejas tablas pegadas a pedazos con Fiberglass y resinas de poliéster. Poliuretano de relleno. Los mástiles eran garrochas hábilmente hurtadas del CVD (centro deportivo) donde Jiscler, cuyo nombre aun no he explicado la procedencia, se las agenciaba sin ser visto. Las velas no les cabían un parche más. Pero al final todo ese engendro se armaba y navegábamos cientos de millas.
Mi tabla se llamaba pink panter. Es que no me alcanzaba la pintura blanca como debe ser y tuve que estirarla con un poco de pintura roja y ya se sabe el resultado. De todas maneras como para dejarlo bien claro, en la proa iba una orgullosa pantera rosa fumándose un cigarro con clase. Nuestro día consistía en pasárnoslas más que bien pasando por todas las playas de la parte oeste de la Habana. Una por una recorríamos en nuestra obsesión por hacer millas. La puntilla, El Cristino, doce, dieciséis, ferretero, veinticuatro, Tritón, casa central de las Far, la Concha , Jaimanitas, Santa Fe por decir unas cuantas. Al principio éramos tres navegantes, yo jiscler y Daniel al que le conocíamos por el Bujío. Solo queríamos navegar más y más y romper nuestro propio record de distancias. También era agradable estar en el bochinche con las muchachas de las playas. Más de una historia de amor salió de esas tribulaciones. Todavía recuerdo con impresión como se veía la ciudad desde el mar. Algunas veces perseguíamos delfines, otra tiburones y otras simplemente veíamos en el horizonte un barco mercante que apostábamos quien llegaba primero a el. A eso de la una de la tarde jiscler siempre decía – me voy a comer- y se perdía mar adentro dejándonos muertos de curiosidad con esa frase y esos hechos, un día decidimos seguirle a ver que hacía pero desde la distancia y cuando vimos que tumbó la vela a unas 5 millas de la costa nos dejamos caer furtivamente para enterarnos como organizaba su festín. Resulta que se iba a donde la corriente costera se unía con la corriente del golfo y al haber diferentes velocidades de la masa de agua y densidades producto de las temperaturas desiguales se hacían en ese lugar una línea de remolinos donde incluso podía notarse el cambio e color del agua. Ahí iba a parar toda la basura del océano que pasara cerca de cuba. Nosotros no frecuentábamos ese (hilero) porque ahí te podías encontrar de todo, de todo literalmente hablando. Estaban frescas las historias de pescadores que se habían encontrado gente ahogada ahí flotando, además que era el lugar mas frecuentado por todo tipo de peces, peces malos incluso.
Pues el jiscler siempre conseguía una caja de cerveza vacía de las que flotaban en ese limbo marítimo y la ponía encima de su tabla como un mesa e iba recogiendo platanitos, naranjas, mangos y todo tipo de frutas que no sabíamos si era que las tiraban de los barcos o eran brujería desatadas. Estuvimos mucho tiempo riéndonos de la táctica empleada, además jiscler al vernos fingió estar comiendo en una grandiosa mesa de lujo, con la mímica hacia como si usara cubiertos y usaba una servilleta imaginaria para limpiarse la boca, no parábamos de reírnos, tanta libertad era lo mejor que podía pasarnos. Podíamos ver un punto en el mar y decir ¡la peste del último! y llegar rallando los tres juntos porque también nos esperábamos por si alguien se quedaba atrás.
Algunos días nos encontrábamos con una manada de delfines que habitaban más o menos a 8 millas fuera de la calle 24 de Miramar. Nos situábamos por calles como si se extendiera cuba mar adentro infinitamente. Y nos pasábamos el día intentando tocar uno pero eran extremadamente especialistas en pasarnos cerca y con inmensa maestría esquivar nuestra mano con solo un golpe de cola. Habían unos pequeñitos que les daba por hacer volteretas en el aire de a veces hasta tres revoluciones, era genial, tan genial que nos cogía la noche con ellos. La ultima vez que los vimos fue unas horas antes de que hubiera unas de las penetraciones del mar mas grande que hubo en la habana hasta estos momentos, claramente no recuerdo en que año fue. Solo tengo la imagen fija de un delfín que le cogió la gorra a jiscler con habilidad de circo por la visera y la empezaron a tirar entre ellos, por más que jiscler se desgañitaba entre gritos y brazadas para intentar recuperar su gorra. Al final de la tarde se cansó y se sentó en la tabla derrotado y de mal humor. Cuando los delfines vieron que no había mas juego se la devolvieron tirándosela casi a la cara entre ruidos que supongo que serian sus risas. Jiscler cogió la gorra y gritó –les hemos domesticado- y yo pensé para mi- nos han domesticado a nosotros- después emprendimos viaje a tierra con el poco sol que quedaba atravesando los colores de nuestras velas y apurándonos no quedarnos ciegos en medio del negro mar una vez que se fuera su ayuda.
Ese día llegábamos muy tarde. Mª Caridad estaba molesta y preocupada con nosotros, en cuanto llegamos al muelle de madera que hacía de patio de su casa, entró su silla y desapareció sin decir palabra. Nos asomamos por una ventana de su cuarto y la vimos agradeciendo a sus santos que aun estábamos con vida.