7 de julio de 2020

Underground Cap 316


Un día de paz, un día sin aventuras. Josef quería darse ese lujo. Había escuchado en las tertulias de contén que cada persona del barrio tenía sueños. Uno quería unos tenis NIKE que él ni sabía que era eso. Zapatos, eran zapatos, todos tenían suela y cubrían el pie, pero esta persona decía que tenían que ser de una marca, otro quería una cadena de oro ¿Para que servía eso? En su mente analógica pensó que tanto luchar para quitarse cadenas y algunas personas querían ponérselas. Otros soñaban con irse de Cuba y poder vivir normalmente como cualquier otra persona del mundo, de su trabajo, esto sí llamó la atención de Josef. Tampoco sabía lo que era esto. ¿Resulta que en algunos lugares uno iba a trabajar de lunes a viernes y con eso cubría sus gastos vitales? ¿Como podría ser posible? No le pasaba por la cabeza, ¿Sin policías decomisándote las herramientas? ¿Sin tener que meterse en lugares de manera ilegal? ¿Sin tener que robar cosas de empresas del estado para sobrevivir? No le cabía en la cabeza. Incluso habiendo sobrevivido de sus habilidades como pescador, chapista o mecánico, siempre tuvo que ser ilegal todo. Siempre mirando por encima del hombro los vecinos frustrados que eran miserables y desnutridos, pero aún así le llamaban a las autoridades, siempre esperando algún policía corrupto buscando su mordida, que a veces tuvo que pagar sin remedio y tragar la bola de espinas de la soberbia y los instintos criminales.

Por unos breves momentos voló su mente a otro país, seguro hablarían un idioma distinto y a él que ni le gustaba ni podía hablar, eso sería un problema, pero quizás a cambio de vivir en paz estaba bien. Aunque un susto terrorífico le vino a la mente. ¿Y si todo era monótono por el resto de sus días? ¿Y si no podía ir a respirar el mar cuando quisiera?

- Josef ¿y a ti que te gustaría tener?...

¿Y si tenía que dejar de soñar porque ya todo estaba resuelto? Le era difícil imaginarse como esas familias estables, muy escasas en Cuba, que tenían hijos, carro y perros. Conocía un médico que era así, le vendía pescado regularmente. El médico era una entrañable y cariñosa persona que a veces se portaba con Josef como un padre y esto a el no le gustaba mucho. Una vez, ya de noche lo invitó a comer a su casa y fue tan insistente que Josef accedió. En una larga mesa de una de esas casas lujosas de Miramar se sentaron varios familiares. Una señora mayor, tres niños de diferentes edades y el médico y su esposa. Cuando Josef vio copas y varios cubiertos comenzó a sentirse como si se ahogara, dijo que se sentía mal y que tenía que irse. Nunca sabe por qué, pero hasta el sol de hoy, sentarse en una mesa a comer con más personas lo agobia enfermizamente y por más que trate, siempre termina sufriendo una ansiedad descontrolada en la que se la pasa mirando las ventanas y las puertas como vía de escape urgente.

- ¿Josef? ¿Y a tí que te....?

A veces agradecía a las personas que fueran frías con él. No le gustaba que lo cuidaran o se preocuparan mucho. Agradecía en silencio que sus padres ni se preocuparan mucho aun cuando él se desaparecía a veces por semanas en sus campañas aventurezcas en selvas a muchas horas de camino de casa. Ni siquiera consideraba la casa, su casa. Dormía más feliz en el frío muro de la costa de la calle 12, poco después del teatro Karl Mark y el ruido de las olas de los yakis que eran un somnífero encantador. Dormía a veces sobre la tierra, dentro de barcos destartalados. Se escondía y camuflaba como una especie defensiva y confiada a la vez. No había nada que robarle, no hay nada por lo que no hubiera pasado ya.

- ¿Josef? ¿A ti...?

Sin embargo, no podía imaginarse sin vivir el lujo de ver el amanecer, no tenía explicación ni creía en nada pero cada día daba gracias. El olor de lluvia, no importaba si estaba entripado en agua, el olor de la hierba, de la tierra. No podía imaginarse sin nada de eso. Es como si hubiera vivido una eternidad sin estos privilegios y ahora fueran vitales. Podía estar horas mirando y contando olas, cada una distinta, cada una vista por una sola vez para siempre como una huella digital marina, una sola entre millones de años.

- ¡Josef COJONES!!!

Subirse a una mata a comerse un mango, ¡que premio! Mirar desde la mata como pasaban las personas por debajo como hormiguitas en formación. Nunca supo por qué las personas cuando caminan no miran arriba. El siempre estaba mirando a todos lados, arriba y abajo, en su eterna exploración había descubierto tantas cosas. Cuando hablaba con alguien no dejaba de mirar en derredor, la gente se molestaba, pero el podía oír y seguir grabando con su memoria, su escasa y quemada memoria que aun no sabía lo que le esperaba, no sabe por qué la gente al hablar necesitaba que los miraran, en unos segundos ya el reconocía el rostro. ¿Por qué no usar ese penoso momento de estar oyendo algo que no le interesaba, para seguir explorando aunque fuera un lugar conocido? ¿Por qué la gente quería ser observada mientras hablaba? Nunca entendió la gente, ni el planeta, ni nada.

- ¡Josef asereeee!!! ¿Que cojones quisieras tener? ¡Estamos hablando de eso!
- Un día de paz...

Los aseres quedaron desencantados. desperdiciar un sueño era como tener la llave de un cofre y tirarla al mar sin haberlo abierto. Ya que en la vida real nadie tenía ningún sueño cumplido, ¿Cómo desperdiciar tenerlo en la ilusión colectiva? Lo miraron como si hubiera sido irrespetuoso, pero Josef siguió sin contacto visual alguno como si hablara a seres transparentes.

- Un día de paz... un día sin tener miedo, sin pensar que me van a meter preso...
- ¡¡O sin morirte!! - Espetó uno de la audiencia con más gesticulación que palabras.
- ¡Na! Morirme me da igual, lo que me aterra es volver.

De mala gana se disolvió el grupo casi culpando a Josef de haber roto la nube de ilusiones colectiva con su laconismo maleducado y fuera de entorno. Pero en su mente, seguía sobre esa mata de mangos, era una mata de mangos bonitos, amarillos y redondos. Era de un patio de su casa imaginaria, por lo que no tenía que estar asustado de perros ni de dueños. Estaba en paz y no quería bajar de ahí. No había sido maleducado, solo que en su ilusión estaba solo, sin cargas ni tensiones, solo debería comerse unos mangos e irse a una costa imaginaria también, infinita y solitaria. A lo lejos habría centellas pero no habría frío. Las olas eran acompasadas y la arena tibia, no impecable. Con caracoles y piedras que explorar sus fórmulas geométricas mágicas, con maderos secos a cada rato, esculpidos por las olas en sus días malos. Con ese olor de algas descompuestas en oleadas de un viento suave y cálido también.

- ¡ Ya sé que quiero!! - Dijo de manera explosiva, pero estaba solo en el contén, ya había anochecido y todos se habían largado a sufrir por sus ilusiones. Josef se incorporó y decidió irse a la cama, a ver si tenía suerte y esa ilusión que había tenido le venía en sueños. Revisó su cartera y tenía 15 dólares estrujados que habían visto mejores días. - ¡No voy a hacer ni cojones mañana! ¡NADA! ¡Mañana voy a tener un día de paz!- Se juró a sí mismo como si en ello le fuera la vida. - ¡Un puto día de paz!

A lo lejos oyó la voz de su madre despertándolo. Pensó que era el otro día ya y no sabía por qué absurda razón lo despertaban, pero por las persianas no entraba luz. Deseó por todos los medios que lo estuvieran despertando dentro de un sueño para caminar por su mar figurado, pero el vapor de las cazuelas de agua que la madre ponía a hervir cada noche para tomar agua al otro día y su olor a magnesia y calcio, le arrancó la ilusión como la página de un almanaque. Se incorporó de un tirón pero trató de controlar su voz. Siempre respetaba a su madre por encima de todo y además no le gustaba tensarla, ya bastante tenía con lidiar con las cosas diarias. Ella si que nunca había tenido un día de paz.

Al mirar su reloj CASIO, vio que no era poco más de la medianoche. Se lamentó de haber ido a dormir a su cama. Como siempre, hubiera estado mejor en algún bote o en la costa de la puntilla. En su aturdimiento aun no sabia que pasaba pero la madre le susurró bajito que lo buscaba un tipo sin nombre que le decían el Animalayo. Le decían así porque una vez, usando una herramienta le había caído una limalla de metal en un ojo y el fue gritando hasta el hospital que le había caído una animalaya, así que se le quedó el nombre, nunca se supo su nombre real.

El Animalayo era un hombre con una cara horrible de criminal, tenía el pelo castaño y largo por los hombros y una nariz de garfio, era el representante de la fisonomía de un pirata sanguinario y siempre andaba sin camisa. Los policías le temían y no se metían con él. Pasó muchos años en prisión, nunca nadie preguntó, pero se veían esos tatuajes irreconocibles hechos con cordón de zapatos y tinta china, no obstante, el Animalayo era una buena persona. Albañil, siempre estaba trabajando y su sueño era poder comprar un cuarto en un solar, para poder traer a sus hijos de Camaguey a vivir con él. Siempre estaba trabajando y no bebía, apenas comía, no paraba en su meta. Se llevaba bien con Josef como todos, estaba loco como todos y era un salvaje noble como la mayoría.

- ¿Pingaeh Animalayo pa que me despiertas a estas horas!

El Animalayo también tenía los ojos muy redondos y prominentes como el Igor de la película del joven Frankestein. Quien no lo conociera se asustaba de verlo, una mole de músculos con su cara de loco y nariz de garfio. También era difícil entenderlo, porque era tan efusivo y desesperado hablando, que generalmente balbuceaba o ladraba como si estuviera insultado. Por muy amable que fuera, siempre parecía insultado.

- ¡¡Josef!! ¡¡Coge tus caretas y tus tanques que encontré un tesoro!! ¡¡VAMOS!!!

Josef frunció el ceño con desconfianza, trató de oler a ver si era alcohol, siempre había escuchado que quienes no bebían nunca, cuando lo hacían se ponían peor que todos, pero no detectó nada. El Animalayo lo sacudía por el hombro como si hubiera visto un diablo y aunque Josef en su abstracción comunicativa de oído selectivo ya no oía nada, le seguía impresionando a cámara lenta la efusividad y los ojos queriéndose salir de las órbitas del Animalayo.

- ¡A la mierda el día de paz!...-  pensó - Y este día empezó temprano -  se dijo muy bajo mirando el reloj que parecía detenido en poco después de la medianoche. A lo lejos se oían los televisores de algunos vecinos en el mismo canal viendo algo que se llamaba Prismas y ponían a la medianoche una música tétrica acompañada de algún cortometraje interesante. Su madre seguía en la cocina, así que agarró un equipo de buceo y las llaves del carro, el Animalayo al fin se calmó un poco de su efusividad incómoda y tenía una sonrisa de placer.

- ¿Sabes cual es mi sueño Josef? Encontrar un tesoro. Con un tesoro me compro un cuarto y puedo traer a mis hijos conmigo, mi niña ya tiene 6 y el varón 11 quiero enseñarlos a trabajar y ser buenos, no quiero que hagan lo que yo hice... - Hizo una pausa pero Josef no preguntó, normalmente la gente preguntaba, pero Josef solo lo miró de reojo y frió un huevo de mala gana. Le había arruinado su día de paz. Para un día que tenía una ocurrencia no peligrosa, para un día que decidió lo que nunca había tenido, pero estaba a su alcance y ni habían avanzado 3 minutos de ese nuevo día y ya estaba metido en una aventura en rumbo desconocido y sin explicación más que la ausencia de cordura de cualquiera a la que él estaba condenado a unirse sin protestar. Haber pedido un día de paz era como haberle dicho al universo lo contrario, pero tampoco podía resistirse. Su Huckleberry Finn interno no le permitía abstraerse de ninguna posible aventura y más si estaba involucrado buceo, tesoro! ¡Maldito Samuel Langhorne Clemments!

El Animalayo le indicó doblar por línea, dirección este, en la calle 12 hacer una izquierda y parar en la esquina en un edificio en construcción que llevaba pendiente de ser terminado por más de diez años y abandonado. Unos guardias de seguridad vestidos de pantalón marrón y camisa mas clara abrieron unos portones y el Animalayo indicó que debía entrar a esa obra. Josef dudó y de paso maldijo, porque rayos cualquier persona a cualquier hora podría arrastrarlo a alguna cosa descabellada, surrealista e impredecible, porque era tan débil o por qué lo deseaba tanto.

Miró por el retrovisor a los guardias cerrando el portón con candado y no imaginaba porqué se habían detenido ahí. Pensaba que quizás el Animalayo habría ido a comprarle la merienda a los guardias que la vendían a 20 pesos, o a comprar gasolina para el viaje, pero nada cuadraba. Este estaba tan excitado que daba brincos cual niño llegando a una tienda de juguetes, decía los nombres de sus hijos una y otra vez y si no fuera por el laconismo de Josef ya aquello hubiera acabado mal. Nada encajaba.

- Es aquí! - Dijo el Animalayo en una sonrisa de oreja a oreja. Se bajó del carro como un resorte y fue por la puerta del conductor lleno de alegría - ¡Bájate Josef! Es aquíiiii  !!!

Josef bajó sin decir palabra, no se movió hasta que no regresaron los guardias del portón. Ambos eran de raza taína, altos y delgados. Parecían muchachos recién emigrados del oriente de Cuba, pero con sus ropas impecables y una educación no acostumbrada por los locales.
Le dieron la mano a Josef sin mucho protocolo y le señalaron sin hablar, un agujero redondo en la piedra caliza amarillenta de una excavación, al parecer por la obra del edificio, que parecía una especie de cráter gastado de la luna. Por el ancho, probablemente cabría un carro si se cayese por ahí de nariz. Josef miró al Animalayo sin expresión en la cara y este a lo lejos gritaba - ¡Un tesoro Josef! ¡Un tesoro!!

Josef miró a los muchachos guardias e iba a comenzar un pensamiento del tipo, o me cuentan esto desde el principio o me voy pal... Pero los guardias se adelantaron y comenzaron la explicación.

- Él trabaja aquí... - Dijo señalando al Animalayo que hacía un baile tribal, a saber de que planeta, alrededor del agujero - Esta obra lleva parada como 10 años porque piensan que el edificio se va a hundir, después que descubrieron ese hueco y dicen que es el techo de una caverna...

La palabra caverna, despertó a los demás Josef interiores que comenzaron una conversación inesperada

- Ves porque te digo que hay que venir a las aventuras sin preguntar tanto, estos son los momentos por lo que vale la pena.
- Bueno, no siempre sale bien, según mis cálculos, mas del 70% acabamos heridos, presos, a punto de ahogarnos, disparados etc etc etc
- ¡No sea zoquete! Un momento de aventura vale por todos los pesares!!

Josef no sabia a quien de las voces darle la razón. En los milisegundos que eso sucedió, ya el Animalayo le estaba sacando los equipos del carro como un ayudante serio y profesional, se dispuso a ayudar a Josef a ponerse el traje isotérmico, pero Josef le pidió que se sentara tranquilo y lo dejara concentrarse.

En pocos segundos los guardias habían traído varias lámparas múltiples de esas de la construcción y alumbraban el boquete que en serio era algo completamente anormal.

Una fina llovizna adormecía la noche con sus gotas a través de los focos amarillentos y potentes que iluminaban el extraño agujero. En menos de 20 minutos ya Josef parecía un explorador marciano, con sus tubos y su traje de neopreno. Unas cuerdas embarradas de cemento seco le sirvieron para descender hasta lo que el pensó que era un charco de agua común y corriente pero al esta dentro y encender su linterna de 8 pilas descubrió que en realidad se encontraba en un universo fluvial, ya que el agua era dulce e impecable. Trató de no moverse mucho pues tenía experiencia en cuevas, cuando uno levanta el sedimento, se queda con visión cero, pero hasta lo largo que alcanzaba el rayo de luz de su linterna se veía que había mucha más distancia para explorar.

Enseguida, una de las voces interiores comenzó a repasar medidas de seguridad, por suerte, no tomó el mando la voz aventurera e irresponsable. Parece que todos sus seres interiores sabían lo que hacían, si no, no hubiera llegado a contarlo.

Tenía un carrete de nylon de pesca de dos milímetros de grosor y le dijo al Animalayo que le amarrara una punta en uno de los grupos de cabillas de la obra incompleta. Abrió su tanque y se dispuso a explorar aquella inusual piscina, tenía hermosas paredes y techos de proyecciones cársicas cristalinas, como diamantes. Josef pudo comprobar que en efecto, era un gigantesco salón probablemente de 50 metros de diámetro por unos 4 metros de altura que transcurrían por debajo de la base donde se estaba construyendo el edificio. Pero al acercarse a las paredes de este salón notó que cerraban con columnas de prehistóricas estalactitas gigantes y entre ellas se podían ver salones contiguos, probablemente más grandes aún. Entre las rendijas de las estalactitas metió su linterna y a la primera ojeada, se dio cuenta que en dirección norte iba profundizando, como al contrario, en dirección sur llevaba hasta una especie de bóveda, campana donde se podía respirar una burbuja de aire que probablemente estuviera atrapada ahí por millones de años. Josef no notó ningún ser vivo en el interior de esa cueva ni nada de salinidad, por lo que es probable que estuviera por encima del mar y no comunicada con este. Las luces daban un espectáculo interesante entre el amarillo de la caliza, el verde del musgo y los cristales colgando. De pronto se dio cuenta que se le había acabado el carrete de nylon y estrictamente se prohibió a sí mismo seguir un metro más sin cuerda guía. El sabía que, en menos de un segundo podría desprenderse alguna placa del techo con las mismas burbujas de su tanque y se quedaría ciego si hubiese un levante de sedimento o podía perder el rumbo si alguna corriente lo sacaba de su camino así que decidió regresar.

En el boquete, el Animalayo y los dos guardias estaban muertos de curiosidad. Entre los tres, ayudaron a Josef a salir del cráter y no hablaban esperando por lo que Josef les pudiera contar. El animalayo no cesaba de dar pequeños brincos pero también mantenía el silencio denso, unido al silencio total de la ciudad sin combustibles. La noche lluviosa y rojiza, dejaba de vez en cuando que unas centellas iluminaran el paisaje lunar. Josef, sin decir palabra, metió todos los equipos en su carro, se secó como pudo y se puso su ropa de vuelta. Se sentaron en una especie de oficina abierta en la construcción y seguían todos en silencio.

Josef decidió romper el sonido de los grillos. Le quitó un cigarro al Animalayo y lo encendió a lo Humprey Bogart. Tenía frío y pensó que esto lo ayudaría en algo, cuando en realidad empeoró todo con el sabor horrible, no obstante siguió adelante entre calada y calada soltaba algunas frases.

- Este edificio no se lo ha tragado la tierra porque dios es grande...

Los guardias abrieron los ojos y se pararon fuera del techo, no les importaba mojarse, si que les cayera una obra a medio hacer en la cabeza.

- ¿Que más viste? ¿Cuán profundo es? - El Animalayo estaba serio y fascinado a la vez.
- Debajo del edificio hay una salón abobedado, pero alrededor hay mas y más salones así. Solo llegué hasta donde se me acabó el nylon y ese carrete tiene unos 200 metros creo.
- Ñó pinga Josef, y que más!
- Si crees que había una tesoro, no lo hay. Es solo una burbuja fluvial paleolítica típica del oeste de Cuba.
- ¡Como que no? ¿Cuanta agua había ahí Josef?
- No lo se, bastante, ni a jodía llegué a verlo todo, me hace falta más aire, más cuerda y más luces. Voy a buscar todo eso y mañana le caemos.

El Animalayo tenía cierto brillo en los ojos, por el contrario, a Josef se le habían caído las alas del corazón. Hubiese preferido que fuera cualquier charco pluvial pequeño, pero había descubierto una obra de arte prehistórica en medio de una ciudad donde esas cosas no importan porque la gente está centrada en la supervivencia.
Se fue a su casa y no tuvo el día de paz. Ni siquiera pudo dormir. Al otro día intentaría ir a la academia de ciencias a ver si recababa algún apoyo para la investigación de ese tesoro geográfico, pero perdió su día. Todo estaba paralizado en Cuba, las cosas vitales no sucedían, menos iban a suceder las pasionales. Al volver a su casa el Animalayo lo estaba esperando. Josef al verlo desde lejos estaba preparando una excusa. No quería investigar más ni ser cómplice de la destrucción inminente que le vendría a ese tesoro natural. Aun recordaba, en playa Girón, cuando por casualidad había descubierto una corriente subterránea de la cual emergían unos Artrópodos que ya se creían extintos en Cuba, llamados cacerolas o Horse Shoe Crab en inglés él (Limulus polyphemus). Su alegría al encontrar esos especimenes que la gente confundía con crustáceos marinos duró poco cuando los locales, en menos de tres segundos ya los habían metido a hervir en cazuelas y se los estaban comiendo pensando que eran un tipo de cangrejo.

El Animalayo se veía feliz y le entregó un sobre a Josef con euforia. Josef preguntó y este estaba que reventaba por contarle.

- ¡El tesoro Josef! ¡El tesoro que descubrimos!
- ¿Que tesoro?
- ¡El agua asere, en la Habana no hay agua!

Josef quedó más anonadado aun, hizo el gesto de no entender, pero el Animalayo ya tenía eso previsto.

- ¡El agua! Desde aquel día las pipas (Camiones cisternas) no dejan de sacar agua de ahí. Nos pagan a 100 pesos cada pipa entre tu, yo y los dos guardias de la obra vacía, aquí te puse 1500 pesos y vendrá más y el agua ni baja asere!! ¡Esa agua es infinita!!
- ¡¡PERO!! - Josef se estaba escandalizando por lo que parecía una gran locura- ¿Qué hacen con esa agua Animalayo? ¿La gente se está tomado eso? ¿Y Si esta contaminada? - El animalayo ya había pensado en eso, y en tener una respuesta lista para Josef.
- ¡Asere! ¡Que contaminación de que pinga! Si el agua que te sale de la pila está inundada de aguas negras del basurero de Cayo Cruz que se filtró a la cuenta hidráulica del acueducto y por eso todo el mundo tiene dengue y cólera y el diablo y la capa. ¡Estamos mil veces más seguros que el agua de ese pozo es más limpia que la que te sale del la pila!!

Eso pudiera tener lógica, pensó Josef. La gente que bebía de los pozos por lo general era agua más saludable que la del acueducto. No conocía  nadie que bebiera agua de la pila que no estuviera inundado en parásitos, recordó que su mamá cada noche hervía sendas cazuelas de agua para tener para tomar al día siguiente. Eso si, quedó anonadado de la explicación que le dio el Animalayo, jamás pensó que pudiera articular una idea así tan seriamente, además de asombrarse por su creatividad empresarial.



- ¡Coge el dinero Josef! que niño que no llora, no mama!
- ¡Asere!..
- ¡Que coja el dinero cojone! Ya tu parte está hecha. Ni pases por ahí, porque cuando se den cuenta de donde los piperos están sacando el agua limpia va a pasar algo malo, tu sabes que aquí con cada buen paso, viene una mala consecuencia.
La frase se le grabó a Josef como un tatuaje en la memoria " tu sabes que aquí con cada buen paso, viene una mala consecuencia" Tenía que irse en algún momento. No es posible vivir en un sitio donde cada buen paso sea penado, sea blanco de represalias. Ese sitio no era normal, pero dejaría la angustia de planificar su emigración para más tarde. Contó el dinero, esos 1500 pesos le vinieron de maravilla, por lo pronto, cada noche veía una fila de pipas desfilando y extrayendo agua de la esquina de 12 y línea. Decidió irse al Río Canímar en Matanzas a vivir unos días aislado en la selva, necesitaba conectarse a tierra, descargar las tensiones, las paranoias y las tristezas.

Al volver a los diez días mas o menos, el Animalayo le contó que los habían descubierto, los habían metido presos una semana y habían vertido mas de 200 hormigoneras de cemento en ese sitio hasta que consiguieron hacer firme debajo del edificio y reiniciar su construcción, trató de darle a Josef más dinero pero no lo aceptó, prefirió que lo usara en su propósito de traer a sus hijos. Josef con un poco de comida estaba bien y techo no necesitaba. Era feliz y rico, aunque angustiado por la persecución constante de toda forma de subsistencia, Josef se sentía afortunado de tener sus necesidades cubiertas, y si no, Ahí estaban sus equipos de buceo y su training. Nada iba a detenerlo de resolver su simple y básico problema. Sentía lástima por el amor que el Animalayo tenía por sus hijos y su meta única y final de tenerlos consigo. Se sintió mejor ayudando a esa causa que a la suya propia. Por lo pronto, el breve oasis de agua que hubo en el Vedado en unos días terminó y los vecinos empezaron a matarse de nuevo por seguir explotando motores eléctricos de agua que les llamaban ladrones y succionaban hasta la última gota de la contaminada y escasa agua que venía del acueducto de la ciudad seca y enferma.

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